I
El
artista llega de la calle, toma una hoja y la raya. Plasma su desahogo
emocional en esa hoja. Lo hace abiertamente. No hay leyes ni principios. Es un
asunto entre la hoja y él. Hay una conversa.
Desde mi punto de vista, el apunte es
mucho más valioso que la obra en sí del artista. La hoja dice: —Cuéntame, ¿Qué tal tu día?— Y el artista
expresa lo vivido.
En la obra se aprecia el efecto metódico,
el conocimiento, la maestría. En el apunte, los conflictos emocionales, la
verdad oculta, la excitación o desespero.
En la obra hay mentiras blancas y de
colores. En el apunte, hay sinceridad, no se oculta nada.
Una pintura posee pinceladas. El apunte,
cicatrices, una sobre otras. La verdad maldita, el desenfreno emocional; la
rigidez del día acorralado por el agobio; la escapada del cieno hacia las
andanzas de charol; la caricia de la musa; la caricia sincera; el cafetear bajo
conversas; la blandura de los buenos etc.
La pintura te engaña; es el maquillaje
sobre la mujer fea, o el novio infiel engañando a la noble dama; el rostro de
la histeria cubierto por el — ¡Estoy bien. No pasa nada! — es la risa
encadenada por la seria cara que muestran algunos, cuando han triunfado pero
viven sin expresarlo abiertamente, o el Vino tinto dos años, envejecido por el
comerciante que le agrega 16, porque quien lo consume es un grandísimo
ignorante. Es mentira, es engaño.
El apunte, vive, ríe, llora, expresa más
emociones honestas del autor, que la tela manchada para vender. Sin duda
alguna, el apunte es un amigo de papel. (He aquí uno)
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