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jueves, 2 de abril de 2015

Confesión de un abuelo.

Barcelona, Venezuela.  Río Neverí. 2015
    En 1917  Luis Rodríguez anduvo ebrio zigzagueando la calle "El rosal" de un suburbio a las afuera de Barcelona. Falleció. Había sido atropellado por una camioneta cargada de sacos de azúcar refinada. Quien narra este relato recuerda con claridad el comentario que hizo cuando tan solo tenía cuatro años de edad.
— Tuvo una muerte dulce.
     Dijo mientras miraba un honorable atardecer de estos que se viven en el oriente de Venezuela.
       La mirada de aquel niño sobre el ocaso, la seriedad con la que expresó su idea y aquella magia de colores que al compás de las agujas del reloj era arropado por la noche estrellada dejó absorto a la viuda y sus cuatro hijos.
     Pasó un año y el narrador cumplía cinco el 4 de septiembre. Ese día del año 1918 a las doce del mediodía mientras las tías del niño cumpleañero preparaban la mezcla para hacer la torta de piña con caramelos, los primos del niño agasajado decidieron jugar al escondite  adentrándose en un pajonal. Corrían dibujando senderos en la maleza y era el cumpleañero quien debía encontrarlos. Este corrió a toda marcha, entusiasmado, risueño, espantando a las aves que reposaban. Sentía la respiración de las boas pero el pilluelo solo le importaba encontrar a sus compinches de juego.
    Sin querer, salió del monte espeso siendo su paraje el patio de una casa ajena. Encima de una mata de mango ubicada en dicho patio, alguien cortaba ramas con un hacha; por curiosidad se acercó. Palidecido, tembloroso y absorto exclamó: “¡Luis Rodríguez!” corrió sin detenerse, saltó una boa, chocó con potocas, turpiales, corocoras, bonchó lapas y acures en su huida. Al toparse con su hermano mayor, el niño atragantado por sus pasos le confesó a quien había visto, su hermano lo cargó y emprendieron al patio ajeno.
    Al llegar, el hombre del hacha se bajó de la mata para saludar a los dos recién llegados, siendo el hermano mayor quien los presentara. Aquel niño a los cinco años tuvo un aprendizaje. Saber que en la vida una mujer puede dar a luz a dos niños en un mismo día y que estos pueden crecer y verse idénticos pero con actitudes desiguales. Él del hacha, Julio Rodríguez, era abstemio y lamentablemente días después murió atropellado por un camión que transportaba caja de cerveza. En aquel atardecer superlativo del día de su muerte, quien narra este relato miró el atardecer, sintió el tic tac del reloj pero no dijo nada. No tuvo viuda no dejó hijos.

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