Barcelona, Venezuela. Río Neverí. 2015 |
— Tuvo una muerte dulce.
Dijo
mientras miraba un honorable atardecer de estos que se viven en el oriente de
Venezuela.
La
mirada de aquel niño sobre el ocaso, la seriedad con la que expresó su idea y
aquella magia de colores que al compás de las agujas del reloj era arropado por
la noche estrellada dejó absorto a la viuda y sus cuatro hijos.
Pasó un año y el narrador cumplía cinco el
4 de septiembre. Ese día del año 1918 a las doce del mediodía mientras las tías
del niño cumpleañero preparaban la mezcla para hacer la torta de piña con
caramelos, los primos del niño agasajado decidieron jugar al escondite adentrándose en un pajonal. Corrían dibujando
senderos en la maleza y era el cumpleañero quien debía encontrarlos. Este
corrió a toda marcha, entusiasmado, risueño, espantando a las aves que
reposaban. Sentía la respiración de las boas pero el pilluelo solo le importaba
encontrar a sus compinches de juego.
Sin querer, salió del monte espeso siendo
su paraje el patio de una casa ajena. Encima de una mata de mango ubicada en
dicho patio, alguien cortaba ramas con un hacha; por curiosidad se acercó.
Palidecido, tembloroso y absorto exclamó: “¡Luis Rodríguez!” corrió sin detenerse,
saltó una boa, chocó con potocas, turpiales, corocoras, bonchó lapas y acures
en su huida. Al toparse con su hermano mayor, el niño atragantado por sus pasos
le confesó a quien había visto, su hermano lo cargó y emprendieron al patio
ajeno.
Al llegar, el hombre del hacha se bajó de
la mata para saludar a los dos recién llegados, siendo el hermano mayor quien
los presentara. Aquel niño a los cinco años tuvo un aprendizaje. Saber que en
la vida una mujer puede dar a luz a dos niños en un mismo día y que estos
pueden crecer y verse idénticos pero con actitudes desiguales. Él del hacha,
Julio Rodríguez, era abstemio y lamentablemente días después murió atropellado
por un camión que transportaba caja de cerveza. En aquel atardecer superlativo
del día de su muerte, quien narra este relato miró el atardecer, sintió el tic
tac del reloj pero no dijo nada. No tuvo viuda no dejó hijos.
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