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miércoles, 25 de marzo de 2015

La misma cara de Cesar Vallejo, la tenia el viejo Chiricuto aquella noche de 1938.


    En el auto, el rostro pálido del viejo y su resonante respiración agitada mantenía algo incómodo a Gabriel Leal. Este mostraba serenidad cuando no le escuchaba ni le veía. La siguiente conversación fue suministrada por Gabriel luego de todo lo planeado; para construir esta trama es menester que el lector leyese de inmediato lo siguiente:

— ¡Tú lo has visto!
— ¿Qué cosa?
— ¡Arze!
— ¿Que tiene?
— Como ha logrado involucrarse en todo esto.
    
     Leal, tuvo por un instante responderle. Se contuvo porque ya conocía las actitudes del viejo. Debía aguantar como Arze le había propuesto. Guardó silencio y el viejo siguió hablando:

— ¡Me ha decepcionado! ¡Ah! Y ahora el maestro Ignacio es la devoción. ¿Sabías que a ese no le quieren en la casa de la cultura? Muy caraqueño para Barcelona, Hombre de terrible drama como pintor. Se gana un saloncillo y se cree el pincel difícil de hallar. Alguien cínico como profesor. Para ser franco si ustedes fuesen mis hijos yo les sacaba de la academia hasta que ese bacalao se marche de ella. Hay que ser majestuoso, no un niñito jugando a ser el maestro de unos niñitos. Perdóname amigo Leal, pero, ¿Tengo o no tengo la razón?; y ese Graciano,  confieso que me agradó el muchacho en un principio. Muy buena persona decía yo de él. ¡Bah! Otro inmaduro que no sabe lo que hace igual que su “alegórico” primo Arze. Eso sí me molesta y no sabes cuánto amigo Leal. Arze, un muchacho de bien y míralo, en primera fila de un robo bancario. Cosa inaudita la de este Luis. De Arze no dudaría, pero Luis y sus actitudes, no consigo explicármelo. Tú notas a Arze y vez en cierta ocasión a un “cabroncito” encendido por la viva emoción de la juventud. Un Jekyll hecho Hyde. Bastardo en actitudes desvalijando sus virtudes. Esa es su confrontación pero es muy joven para comprenderlo y tal vez mi mayor desgracia es haberle tomado como a un hijo. A simple vista vez al calculador por efecto de causas que nadie sabe; pero en el fondo hay algo bueno y no quiere serlo. ¿Crees que Arze no quiere ser bueno? Yo también creo en eso. Allí hay una dualidad y el deberá aprender a vivir con eso, tomando decisiones justas, nobles y serias; él puede. Sé que puede pero Luis, yo no veo dualidad. De Arze dudaría porque él es incertidumbre  ¿pero Luis?  ¡Ah Gabriel!. Luis es un niño, el más pequeño del grupo. ¿Cuántos años tiene? ¿Quince? ¿Dieciséis?; bueno, es el menor de ustedes y ¿Dónde está?, apunto de asaltar un banco. ¿Esa es la educación que le dan en la escuela?; ¿Esa es la enseñanza que le dan sus amigos?; ¿Esa es la cátedra que le doy yo?; ¿Robar un banco Gabriel?; ¿En qué miseria hemos caído? Ya entiendo porque su padre lo tiene vigilado. ¡Por esto! He ahí a un niño que le miente a su padre con pasar un fin de semana con sus amigos por cuestiones del arte cuando la realidad es que se encuentra a metros de llenarse los bolsillos con dinero hurtado. Luis otro de mis hijo lo veo arruinarse moralmente, porque después de esto el bribón tendrá más dinero del que yo pude haber conseguido en la mitad de mi vida. Sera rico de papel pero pobre de alma. Me duele Luis.

    Hizo una pausa, tragó saliva y continuó. Gabriel miraba por la ventana del auto cuando escucho nuevamente al viejo:
               
—  ¿Y Chaguán? Por la plata baila el mono. Ese otro se cree el taita montado a caballo. Este cabrón sí que me sorprende, pues el ingenuo con pistola es el miedo con suicidio. ¿Tú lo viste Gabriel? Como se sentía tan Cipriano en ese caballo. Un correazo que le dé el papá lo manda directo al dormitorio. Pero ahí está, creyéndose el centauro de esta grandiosa estupidez. Probablemente se debe sentir eufórico y orgulloso con lo que está a punto de cometer. Vergüenza, esto sentirá el día de su arrepentimiento. Su mediocridad creará fracturas en su alma y eso lo pagará la sociedad, pero un día veras que todas sus costumbres que digo costumbres, todas sus malas mañas serán el blanco de los más ilustres castigos.

    El viejo hablaba solo, las manos en el volante y siempre mirando hacia el frente. Gabriel observaba por la ventana apenado por todo lo que decía el anciano de sus compañeros. Leal, se limitaba a responderle. Afirmaba cuando sentía que el viejo quería escuchar un sí, o un categórico no. Eso debía hacer Gabriel Leal dado las circunstancias que implicaba no hacerle molestar más de lo que ya estaba. Gabriel Leal era el más indicado para este trabajo. Amarrar al viejo era amarrar el bote para zarpar con la mercancía. Él tenía la sensatez más que nadie y debía usarla para relajar al viejo que estaba hecho una fiera. Gabriel Leal podía ser irritable con su estruendosa risa, pero al hablar apaciblemente era calma y de agrado. Tenía que mezclar eso con cualquier tema para atrapar al viejo.
¿Lo hizo? No pudo. El viejo estaba encolerizado. Siguió hablando de todos una y otra vez. Gabriel, veía por la ventana las horas eternas con aquella voz anciana que no paraba de resonar. La adsorción de los minutos era lo que más deseaba, pero cuando anhelamos algo con tanto afán esta dura decididamente teniendo como intensión sacarnos de quicio. Tal vez, no era el caso de Gabriel Leal. La inquietud y la ansiedad la manejaban con minuciosa calma. Sin embargo en aquella oscuridad, Gabriel, todo un centinela solitario, entre su meditación de orden pudo deshacerse de las sombrías palabras de su mentor. Comenzaba a explorar los principios del miedo. Conjeturas al extremo compactan y apretaban su corazón.
— ¡Ah Gabriel!
    
    Leal había sentido la mano del viejo en el hombro, despertándolo.
— ¿Qué sucede
— ¡Lucia!
— ¿Qué tiene?
— ¿Dónde vive ella?
— A las afuera del pueblo. En dirección a donde yo vivo.
— ¡Hum! ¿Y qué crees?
— ¿De qué? —preguntó Leal, extrañado.
— ¡Lo que te acabo de decir!
— ¡Ah sí! —Gabriel no tenía idea de lo que le comentó el viejo.
— Verdad. Será medio marimacha la chica. No son actitudes de una niña. Está todo el día con ustedes y tú la vez con tanta determinación. Por algo ella y el pintorcito están a punto de estallar  por allá en el Neverí.
— ¡Sí! —Dijo Leal, tratando de visualizar algo en aquella oscuridad hundiendo sus ojos en los cristales del auto.
— ¡Bueno! —Exclamó el viejo colocándole fin a la conversación.


    Rato después, siguió destruyendo a sus niños con tanto entusiasmo que solo él podía dar, pero manteniéndose en lo planeado. Sin abandonar la causa.

             

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