En el
auto, el rostro pálido del viejo y su resonante respiración agitada mantenía
algo incómodo a Gabriel Leal. Este mostraba serenidad cuando no le escuchaba ni
le veía. La siguiente conversación fue suministrada por Gabriel luego de todo
lo planeado; para construir esta trama es menester que el lector leyese de
inmediato lo siguiente:
— ¡Tú lo has visto!
— ¿Qué cosa?
— ¡Arze!
— ¿Que tiene?
— Como ha logrado involucrarse en todo esto.
Leal,
tuvo por un instante responderle. Se contuvo porque ya conocía las actitudes
del viejo. Debía aguantar como Arze le había propuesto. Guardó silencio y el
viejo siguió hablando:
— ¡Me ha decepcionado! ¡Ah! Y ahora el maestro
Ignacio es la devoción. ¿Sabías que a ese no le quieren en la casa de la
cultura? Muy caraqueño para Barcelona, Hombre de terrible drama como pintor. Se
gana un saloncillo y se cree el pincel difícil de hallar. Alguien cínico como
profesor. Para ser franco si ustedes fuesen mis hijos yo les sacaba de la
academia hasta que ese bacalao se marche de ella. Hay que ser majestuoso, no un
niñito jugando a ser el maestro de unos niñitos. Perdóname amigo Leal, pero,
¿Tengo o no tengo la razón?; y ese Graciano,
confieso que me agradó el muchacho en un principio. Muy buena persona
decía yo de él. ¡Bah! Otro inmaduro que no sabe lo que hace igual que su
“alegórico” primo Arze. Eso sí me molesta y no sabes cuánto amigo Leal. Arze,
un muchacho de bien y míralo, en primera fila de un robo bancario. Cosa
inaudita la de este Luis. De Arze no dudaría, pero Luis y sus actitudes, no
consigo explicármelo. Tú notas a Arze y vez en cierta ocasión a un “cabroncito”
encendido por la viva emoción de la juventud. Un Jekyll hecho Hyde. Bastardo en
actitudes desvalijando sus virtudes. Esa es su confrontación pero es muy joven
para comprenderlo y tal vez mi mayor desgracia es haberle tomado como a un
hijo. A simple vista vez al calculador por efecto de causas que nadie sabe;
pero en el fondo hay algo bueno y no quiere serlo. ¿Crees que Arze no quiere
ser bueno? Yo también creo en eso. Allí hay una dualidad y el deberá aprender a
vivir con eso, tomando decisiones justas, nobles y serias; él puede. Sé que
puede pero Luis, yo no veo dualidad. De Arze dudaría porque él es
incertidumbre ¿pero Luis? ¡Ah Gabriel!. Luis es un niño, el más pequeño
del grupo. ¿Cuántos años tiene? ¿Quince? ¿Dieciséis?; bueno, es el menor de
ustedes y ¿Dónde está?, apunto de asaltar un banco. ¿Esa es la educación que le
dan en la escuela?; ¿Esa es la enseñanza que le dan sus amigos?; ¿Esa es la
cátedra que le doy yo?; ¿Robar un banco Gabriel?; ¿En qué miseria hemos caído?
Ya entiendo porque su padre lo tiene vigilado. ¡Por esto! He ahí a un niño que
le miente a su padre con pasar un fin de semana con sus amigos por cuestiones
del arte cuando la realidad es que se encuentra a metros de llenarse los
bolsillos con dinero hurtado. Luis otro de mis hijo lo veo arruinarse
moralmente, porque después de esto el bribón tendrá más dinero del que yo pude
haber conseguido en la mitad de mi vida. Sera rico de papel pero pobre de alma.
Me duele Luis.
Hizo una
pausa, tragó saliva y continuó. Gabriel miraba por la ventana del auto cuando
escucho nuevamente al viejo:
— ¿Y
Chaguán? Por la plata baila el mono. Ese otro se cree el taita montado a
caballo. Este cabrón sí que me sorprende, pues el ingenuo con pistola es el
miedo con suicidio. ¿Tú lo viste Gabriel? Como se sentía tan Cipriano en ese
caballo. Un correazo que le dé el papá lo manda directo al dormitorio. Pero ahí
está, creyéndose el centauro de esta grandiosa estupidez. Probablemente se debe
sentir eufórico y orgulloso con lo que está a punto de cometer. Vergüenza, esto
sentirá el día de su arrepentimiento. Su mediocridad creará fracturas en su
alma y eso lo pagará la sociedad, pero un día veras que todas sus costumbres
que digo costumbres, todas sus malas mañas serán el blanco de los más ilustres
castigos.
El viejo
hablaba solo, las manos en el volante y siempre mirando hacia el frente.
Gabriel observaba por la ventana apenado por todo lo que decía el anciano de
sus compañeros. Leal, se limitaba a responderle. Afirmaba cuando sentía que el
viejo quería escuchar un sí, o un categórico no. Eso debía hacer Gabriel Leal
dado las circunstancias que implicaba no hacerle molestar más de lo que ya
estaba. Gabriel Leal era el más indicado para este trabajo. Amarrar al viejo
era amarrar el bote para zarpar con la mercancía. Él tenía la sensatez más que
nadie y debía usarla para relajar al viejo que estaba hecho una fiera. Gabriel
Leal podía ser irritable con su estruendosa risa, pero al hablar apaciblemente
era calma y de agrado. Tenía que mezclar eso con cualquier tema para atrapar al
viejo.
¿Lo hizo? No pudo. El viejo estaba encolerizado.
Siguió hablando de todos una y otra vez. Gabriel, veía por la ventana las horas
eternas con aquella voz anciana que no paraba de resonar. La adsorción de los
minutos era lo que más deseaba, pero cuando anhelamos algo con tanto afán esta
dura decididamente teniendo como intensión sacarnos de quicio. Tal vez, no era
el caso de Gabriel Leal. La inquietud y la ansiedad la manejaban con minuciosa
calma. Sin embargo en aquella oscuridad, Gabriel, todo un centinela solitario,
entre su meditación de orden pudo deshacerse de las sombrías palabras de su
mentor. Comenzaba a explorar los principios del miedo. Conjeturas al extremo
compactan y apretaban su corazón.
— ¡Ah Gabriel!
Leal
había sentido la mano del viejo en el hombro, despertándolo.
— ¿Qué sucede
— ¡Lucia!
— ¿Qué tiene?
— ¿Dónde vive ella?
— A las afuera del pueblo. En dirección a donde yo
vivo.
— ¡Hum! ¿Y qué crees?
— ¿De qué? —preguntó Leal, extrañado.
— ¡Lo que te acabo de decir!
— ¡Ah sí! —Gabriel no tenía idea de lo que le
comentó el viejo.
— Verdad. Será medio marimacha la chica. No son
actitudes de una niña. Está todo el día con ustedes y tú la vez con tanta
determinación. Por algo ella y el pintorcito están a punto de estallar por allá en el Neverí.
— ¡Sí! —Dijo Leal, tratando de visualizar algo en
aquella oscuridad hundiendo sus ojos en los cristales del auto.
— ¡Bueno! —Exclamó el viejo colocándole fin a la
conversación.
Rato
después, siguió destruyendo a sus niños con tanto entusiasmo que solo él podía
dar, pero manteniéndose en lo planeado. Sin abandonar la causa.
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